21 abril, 2017

Los que no dan golpe están muy ocupados



(Publicado en El Día de León)
                Cada época tiene sus peculiaridades y sus misterios. Creo que algún historiador, en el futuro (si hay futuro), recordará este tiempo como uno de los más extraños y contará a los lectores de entonces que fue costumbre ahora que los mangantes exigieran a voz en grito su completa manutención con cargo a la bolsa común o que en estas décadas se alcanzaron las más viles marcas en cuanto a incapacidad y corrupción de los gobernantes, o que fue a comienzos de este siglo XXI cuando muchos ciudadanos dieron para siempre la espalda a la vida política del país, ya que los partidos lograron, a base de esfuerzo, que fueran sus líderes actuales los más zopencos y hasta que diera penita y grima escuchar sus infames debates parlamentarios, culmen de la oratoria más cutre, permanente y alevoso atentado contra la retórica y la gramática.
                Pero no tengo intención de ponerme melodramático, sino de comentar un fenómeno que tal vez, de tan común, nos pasa desapercibido. Me refiero a que últimamente son los más zánganos y los irremisiblemente perezosos los que más se mueven y los que se dicen más atareados. Hoy en día, los que no hacen nada están más ocupados que nunca. Tanto es así, que cuando oigo a algún amigo, compañero o vecino decir y repetir que está cansadísimo y que no ha reposado en toda la jornada y que qué estrés y cuánta actividad, lo considero indicio de que me encuentro ante un ocioso sin remisión, alguien que en verdad no da palo al agua. Con las excepciones de rigor, naturalmente.
                Todo mentira, disfrutan a lo grande y hasta se dan el gustazo de tomarnos el pelo y entretenerse contándonos cuánto hicieron ayer y lo que les queda para mañana. Cuento, pamplinas. Ni hacen ni lo pretenden, solamente se entretienen como buenamente pueden, pues en el fondo su vida es insípida y vana y no valen esos tipos ni para tacos de escopeta, como antaño se decía.
                Por ejemplo, conozco a alguno que solamente se deja caer por su puesto de trabajo quince minutitos cada nueve o diez días. Tranquilos, no lo van a despedir por eso ni por nada, es la universidad pública y ahí hay de todo, sí, pero los vagos están como pez en el agua y nadan a sus anchas. Se acerca unos minutillos cada semana y pico, cuando me encuentra me da los buenos días con suma amabilidad y antes de que yo salga de mi sorpresa al recordar que existe y no se ha volatilizado, me suelta que debe marcharse a la carrera porque hoy tiene un día atroz y agotador, el colmo de la vida agitada. Ya no le respondo ni pío, para qué y por mí como si se tira al mar, pero, antes, alguna vez le pregunté a alguno de buena fe que cómo así, y solía replicarme con prolijas enumeraciones de lo que esa mañana le esperaba aun: ir a pilates, hacer unas copias de las llaves del garaje, comprarle al niño pequeño una trenca nueva, pues la otra la puso perdida de grasa ayer y no se le quita con nada, esperar en casa hasta que le llegara un pedido de unas bufandas de fibra que hizo anteayer a Amazon, recibir al fontanero que lleva tres días anunciando que ya va a mirar qué le ocurre a ese grifo que gotea, caray, que no veas lo que molesta el top-top de las gotitas por la noche… Se tomaba diez minutos para dar cuenta de sus planes y se despedía levantando la mano y como indicándome que qué afortunado era yo que me pasaba, de nueve a dos, la mañana entera en mi despacho, estudiando, escribiendo y gestionando como si no tuviera casa ni familia ni perro ni nada mejor que hacer que cumplir con el trabajo por el que me pagan.
                Una variante que también abunda es la del hogareño manitas y tecnológico. Este es el que siempre que puede compra desmontados los muebles, a fin de gastar un mes armando cada armario y para luego presumir de que él sí que consume la vida currando y los otros nada más que en el tajo vulgar, como gentes sin luces. También están siempre a la última en nuevas tecnologías y redes sociales, a base de configurar, desconfigurar y reconfigurar cada día docenas de aparatos y aplicaciones.
                ¿Usted, amable lector, ha reparado cuáles son los días y las horas en las que nos llegan más correos electrónicos con enlaces pueriles o más whatsapps con chistes y vídeos para simples? Efectivamente, los días laborables y en horas de trabajo. En las horas que nuestros parásitos de oficina están en su plaza laboral, nos bombardean para pasar el rato, mientras para los compañeros y los jefes ponen caras de andar atosigados y a la hora del café se quejan de que con estos sueldos no alcanza ni para un iphone nuevo y que habría que cortar cabezas.

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